domingo, 21 de diciembre de 2014

TÚ, EL PRÓXIMO INDIGENTE

          LA FUNCIÓN SISTÉMICA DE LOS POBRES EN LA SOCIEDAD NEOLIBERAL       


Como lo observa Robert Castel, en la sociedad neoliberal se han producido dos modificaciones sustanciales en el mundo laboral. En primer lugar, un desempleo masivo y permanente muy distinto al de la época capitalista “moderna”. Anteriormente, el desempleo se correspondía a una situación temporánea de desajuste entre la oferta y la demanda de trabajo: más tarde o más temprano, quienes no tenían trabajo podían esperar encontrar un nuevo empleo y volver a insertarse activamente en los engranajes productivos. Hoy en día, en cambio, existe un núcleo duro de non-emploi, de “no empleo”,o sea, de desempleo masivo al que el sistema económico no logra reabsorber y que se ha convertido en un fenómeno estructural. En segundo lugar, la precarización del trabajo.

Como ya se ha destacado, esto no significa en absoluto el fin de la centralidad del trabajo asalariado como factor clave en el mecanismo de acumulación capitalista. Por el contrario, los trabajadores asalariados siguen siendo la franja mayoritaria del empleo y, dentro del universo del trabajado asalariado, quienes cuentan con un CDI (contratos a plazo fijo) todavía son ampliamente mayoritarios. Pero como ya hemos subrayado, si dejamos de razonar en términos de stocks y razonamos en términos de flujos, constatamos que la gran mayoría de empleos creados durante los últimos veinte años son empleos precarios. Es decir que, aunque los CDI representan todavía la proporción mayoritaria del empleo (en especial, del trabajo asalariado), la creación de nuevos empleos se hace recurriendo principalmente a contrataciones “atípicas” y precarias. 
De hecho, la generalización de estos contratos es tan intensa que ya no tienen nada de atípico, sino que han sido institucionalizados y constituyen un fenómeno “normal”. Por ello, se puede afirmar que la société salariale ha dado paso a una sociedad del “precariado”, esto es, una sociedad caracterizada por la precariedad económica de un creciente número de trabajadores. Así se ha ido formando una nueva clase de working poors, de individuos que, a pesar de que tengan trabajo, viven precariamente y bajo la amenaza de caer en la indigencia en cualquier momento.

Estos individuos son susceptibles de ser relegados a la categoría muy amplia de los nuevos pobres, si no es que ya forman parte de ella. Se trata de una clase heterogénea que comprende una variedad de sujetos: mendigos y vagabundos sin hogar, alcohólicos, drogadictos, jóvenes que forman bandas callejeras en los suburbios urbanos, inmigrados clandestinos, parados de larga duración, ancianos solos y desatendidos, madres solteras con hijos pequeños, etc. No se trata solamente de los “desechos” estructurales de la sociedad, de gente que padece exclusión social desde su nacimiento, sino también – y cada vez más – de individuos que vivían en condiciones relativamente confortables y cayeron más o menos bruscamente en un estado alarmante de precariedad profesional y económica, con una acumulación progresiva de hándicaps de vario tipo (mediocridad de las condiciones de alojamiento, fragilidad de la estructura familiar, de las relaciones sociales, de las redes personales de asistencia, etc.) que los alejan de las instituciones sociales e impiden su plena participación en la vida colectiva. 

Es esto lo que el sociólogo francés Serge Paugam llama “pobreza descualificante”, o sea, fuertemente estigmatizada. A diferencia de las formas de pobreza propias de épocas anteriores, la pobreza descualificante no designa tanto un estado estable de miseria como un proceso de desafiliación social que afecta a múltiples segmentos de individuos, de distinta extracción social y con distintas trayectorias de vida, los cuales se enfrentan a situaciones de precariedad imprevistas.  Una peculiaridad de este fenómeno, entonces, es el sentimiento de angustia colectiva generada por la creciente difusión de la precariedad y por el miedo a caer en la indigencia compartido por capas de la población cada vez más amplias.

Esta situación es muy distinta a la del siglo XX, cuando tener trabajo era una cosa “normal” y el estatuto del parado se concebía como una condición provisoria. Entonces, como ya se ha observado, la función sistémica de los desempleados era la formación de un ejército industrial de reserva susceptible de incorporarse o sustituir a los trabajadores activos, limitando asimismo el nivel general de los salarios. En el capitalismo neoliberal, en cambio, los pobres han pasado de ser una clase cuya situación es considerada una anomalía que debe corregirse, a ser una underclass, una categoría de sujetos marginados de manera permanente, de trabajadores “excedentarios” a los que ya no se precisa recolocar porque las empresas pueden contar con mano de obra más barata en los países “emergentes”. Zygmunt Bauman observa además que en los países ricos los pobres en tanto son inútiles, en cuanto son consumidores fracasados, ineptos, insolventes, defectuosos. En la sociedad de consumo postmoderna, los excluidos son sujetos cuyo poder adquisitivo es irrelevante y que por consiguiente no ejercen ninguna función económica. 

Su ineptitud e inutilidad no se explican tanto por el hecho de estar sin trabajo como por el hecho de no tener una cuenta bancaria bastante aprovisionada: “La sociedad contemporánea incorpora a sus miembros primordialmente como consumidores. Para cumplir el estándar de normalidad, para ser reconocido como miembro pleno y apto de la sociedad, es necesario responder rápida y eficazmente a las tentaciones del mercado consumista”. Los pobres e indolentes, los que carecen de un ingreso decente, tarjeta de crédito y perspectiva de ascenso, no pueden hacer nada de esto. Ante todo, los pobres de hoy son los ‘no consumidores. Se los define en primer término por ser consumidores fallados, dado que la obligación social más importante que no cumplen es la de ser consumidores activos y eficientes de los productos y servicios ofrecidos por el mercado.


En realidad, se puede matizar esta idea de la presunta inutilidad de los pobres porque de alguna manera el sistema sigue necesitándolos y, por ello, produciéndolos. Los pobres, en efecto, siguen desempeñando una función social: permiten a los “no excluidos”, a los insidersexorcizar los demonios que les persiguen cotidianamente, mostrándoles “a los jugadores el aterrador espectáculo de lo que les esperasi abandonan el juego. Esas visiones son indispensables para lograr que sigan dispuestos a soportar las penurias y las tensiones provocadas por una vida dentro del juego… y es necesario mostrárselas repetidamente para que no olviden el duro destino que reciben la pereza y el descuido, y así mantener viva la voluntad de permanecer en el juego”. Los “desechos” sociales nos muestran lo que puede sucedernos en cualquier momento, son “el basural donde se arrojan los demonios que acosan el alma atormentada del consumidor”. Para que toleremos pacíficamente la precarización de nuestras condiciones laborales, el sistema nos recuerda que nuestra situación podría ser aún peor. En este sentido, la miseria de los pobres conserva un rol sistémico, como los asilos para pobres en la Inglaterra victoriana. La sola diferencia es que hoy no se precisan ni poorhouses ni Poor Laws para asustarnos: la presencia de los excluidos es suficiente por sí sola para que los riesgos y los peligros de la sociedad del trabajo flexible se vuelvan más soportables y parezcan “normales”.

Luca Marsi
Université Paris Ouest, FranceArticulo completo: 
http://www.historia-actual.org/Publicaciones/index.php/haol/article/view/536/458
Fotografías: Blanca Venus

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