martes, 16 de diciembre de 2014

LA FRÁGIL INTIMIDAD


INTIMIDAD E IDENTIDAD PERSONAL

Todos los individuos pertenecemos a la misma especie y, en consecuencia, no existe diferencia. La diferencia la marca la identidad personal de cada uno. Un individuo es singular, no solo por su aspecto físico, sino por otros factores que le proporcionan esa  distinción, como los valores morales y los proyectos de vida. La identidad puede interpretarse como “índice de solidez ontológica de la persona y de promesa de coherencia ética”, que requiere un recogimiento interior.
La intimidad, interpretada como fuero interno, es el ámbito donde el individuo se auto elabora, donde toma conciencia de su propia existencia y busca su sentido. Desde lo más profundo de su interior, el individuo se construye continuamente a sí mismo en el tiempo. La intimidad es una especie de ámbito metafórico donde se forma el carácter de la persona, el terreno de cultivo interno del sujeto que tiende a la perfección de su individualidad.
Para su auto-reconocimiento, el individuo requiere consciencia, capacidad cognitiva, razón. La construcción de uno mismo no es factible en el espacio exterior exclusivamente, el individuo tiene que sumergirse en su espacio íntimo para elaborar esa identidad lejos de cualquier interferencia. La intimidad no es, por otro lado, un horto concluso, un territorio cerrado absolutamente a lo exterior. No lo es en la medida en que el individuo, para constituirse, necesita trascenderse hacia los otros, buscar la alteridad. Pero sí es un ámbito cerrado en tanto que espacio inaccesible, al que sólo se puede acceder con su permiso. La intimidad es consustancial al individuo en tanto que ámbito en el cual toma conciencia de sí para configurar su identidad. La cuestión que propongo es si todos los seres humanos tienen intimidad.
Si se parte de la consideración de que la identidad personal surge a partir de la consciencia del propio yo, de la auto percepción de uno mismo dentro del espacio de lo íntimo, el planteamiento consiguiente es si todos los seres humanos tienen intimidad. El término ser humano, tan sólo indica la pertenencia a la especie homo sapiens, pero si nos atenemos a lo que, desde los griegos se entiende como persona, habría que establecer diferencias. Los griegos establecieron la dualidad del ser humano y, el alma, es la que le faculta para pensar, razonar, elaborar ciencia y filosofía; en definitiva, la que le proporciona la capacidad para autogobernarse. A la racionalidad, Tomás de Aquino la consideró como un instrumento fundamental que permite el discernimiento. Los empiristas interpretaron a la persona como un ser que tiene razón y reflexión, que puede considerarse a sí misma como la misma cosa pensante en diferentes momentos y lugares, espacio y tiempo. Una vez más, constatamos cómo el concepto de persona se vincula a la capacidad de pensar, razonar y reflexionar. Kant afirmó que los seres racionales son personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos.
A partir de estas someras referencias, cabe afirmar que el pensamiento occidental vincula la racionalidad como un elemento fundamental de la identidad que convierte al ser humano en persona. Ser persona, desde esta perspectiva, implica capacidad de razonar y reflexionar; y estas facultades sólo pueden desarrollarse, en principio, desde el interior consciente del individuo, desde dentro del espacio de su intimidad. Pero no todos los seres humanos tienen razón, conciencia de sí, capacidad para reflexionar, autogobernarse y construir su propio proyecto de vida. Un niño de tres años, determinados enfermos mentales o adultos en estado vegetativo persistente que carecen, si no totalmente sí en parte, de estas facultades, no responden desde mi punto de vista al concepto de persona que las distintas corrientes del pensamiento han ido elaborado. Luego no se les podría considerar como tales personas. En estos casos, presumo la inexistencia de una intimidad, como territorio interior de construcción biográfica, aunque es indubitable que poseen una intimidad exterior, corporal, que les reconocemos en función de su dignidad ontológica. La identidad del individuo, en definitiva, se fragua en un ámbito de intimidad autoconstruida que constituye una proyección de su dignidad metafísica.

Julia de Orta Santiago
Miembro del Comité de Investigación de Reprogramación Celular de Andalucía.



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Fotografías: Michal Giedrojc

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