martes, 16 de diciembre de 2014

UN JUEGO DE ESPEJOS



IDENTIDAD Y DIFERENCIA

Hablar de identidad es hacerlo de un proceso complejo y con múltiples factores en interacción de índole personal, social y cultural, lo cual otorga un papel destacado en su configuración a la educación como elemento clave para la constitución de la subjetividad, la intersubjetividad, las diferencias y la organización identitaria.

Dado el entramado que supone siquiera un esbozo de definición de la identidad, como aproximación a la misma debemos tener en cuenta múltiples elementos. En todo caso, siguiendo a Bilbeny, resulta prioritario destacar que las identidades no son productos acabados, sino que están continuamente haciéndose, teniendo un carácter cualitativo y autorreferente a la vez que con ello permite ver la alteridad ajena. Esto significa que tanto las identidades como las diferentes no tienen un carácter homogéneo ni aislado, sino que permanentemente contactan con otras y se establecen apropiaciones mutuas, e incluso en el contacto dialéctico consigo mismas en su contexto pueden desproveerse de lo propio para seguir siendo ellas mismas, pero de otro modo. Por ello debemos enfatizar el carácter también contingente de las identidades, lo que conlleva que los fenómenos de apropiación, desposeimiento y reapropiación que caracterizan la relación, no la sustancia, que es la identidad, sean fenómenos siempre selectivos y culturales, no mecanizados, y que se construyen a su vez desde las propias diferencias.

«Inferir la identidad desde la cultura significa negar la complejidad respecto de las formas sociales de intercambio de los individuos y los grupos como elementos constitutivos de lo cultural»


Por el contrario, los procesos de globalización parecen haber hegemonizado una creencia contraria sobre la naturaleza de la identidad, puesto que en lugar de aceptar su carácter fundamentalmente híbrido, resultado y a la vez posibilidad de diversos cruces de experiencias, ha exagerado su naturaleza particular y sus funciones individualizadoras, motivando una cierta confusión conceptual entre identidad y etnicidad, al mismo tiempo que invisibilizando, o al menos llevándolas a un terreno secundario, a otras formas de identidad como las vinculadas al género, negando o discriminando en función de las diferencias. Todo ello haciendo énfasis en que la pluralidad de identidades y culturas no es algo que constituya ningún problema, y si los genera es en todo caso por la manera en que dicha pluralidad es tratada social o institucionalmente, transformando las diferencias en desigualdades o ‘pretextos’ para la exclusión.


De lo anterior podemos deducir que la construcción de la identidad es un proceso, pero no una secuencia definida, sino que tiene un carácter dialéctico y se configura a través de distintas dimensiones desde la práctica social habla de «momentos de identificación.») Así, podemos considerar que la identidad se basa en normas de pertenencia fundadas sobre oposiciones simbólicas, entendiendo esas pertenencias como espacios de experiencia y sentido que van configurando desde su multiplicidad el ahora de lo que somos, estando ese ahora ligado de forma indisoluble al de un otro/a también plural y diverso. Por eso mismo no debe entenderse esto de forma restringida ni rígida, porque ello conlleva un riesgo enfatizado desde el punto de vista educativo, donde los ejercicios reduccionistas y los juicios dicotómicos no suelen beneficiar la diversidad al minimizar la complejidad de los procesos, como los de construcción identitaria.

“La configuración del binomio identidad-diferencia debemos tener presente que el mismo requiere de un sustrato cultural y que la cultura necesita permanentemente de traducciones”.

Por tanto, las identificaciones entre las nociones de identidad, diferencia y cultura constituyen un riesgo para el pensamiento pedagógico al intentar reducir a los individuos a quienes se dirige a conceptos o categorías abstractas, privándolos de su corporeidad, sus experiencias y sus voces, por lo que sería necesario que dichas identificaciones se den dentro de un proceso heterogéneo y de apertura al otro u otra, no encorsetado en su prejuicio.


Desde aquí que a menudo se haya hablado de los procesos de identificación como laberintos, pero unos laberintos donde, se insiste, el binomio identidad-diferencia cobra su sentido desde la existencia y la presencia del otro o la otra. Por tanto, las diferencias son generadoras de identidad, y éstas a su vez remiten a la diversidad humana y su papel fundamental para una concepción ética de nuestro ser-en-el-mundo, por lo que no debe ser siquiera insinuada cualquier manifestación de opresión, alienación o discriminación al respecto. Se trata también, en cierto sentido, de modificar el concepto moderno de experiencia, excesivamente centrada en el sujeto, por una experiencia entendida en términos de confrontación con lo otro y con los otros/as, donde el ser identitario genera y es generado por la propia alteridad, concretándose en la unidad identidad-diferencia, a partir de la cual «no sólo la identidad es inmediatamente el momento de la reflexión en sí, sino que asimismo lo es la diferencia —diferencia en sí, diferencia reflejada—. Ésta, en tanto que tales momentos suyos son reflexiones en sí, es diversidad».

“Las diferencias son generadoras de identidad, y éstas a su vez remiten a la diversidad humana y su papel fundamental para una concepción ética de nuestro ser-en-el-mundo”.

Todo esto nos lleva a considerar que en el contexto actual se están generando nuevas formas de construcción de la identidad, basadas en la interrelación dialéctica entre lo colectivo y lo individual, desde una vertiente política donde, a la reconstrucción de las identidades particulares que la inmersión en una sociedad de pluralidad compleja lleva consigo, hay que añadirle lo imprescindible que es contar con una nueva forma de identidad colectiva que se construya a partir de las anteriores a la vez que las trascienda. 


De esta manera, podemos inferir que para la configuración del binomio identidad-diferencia debemos tener presente que el mismo requiere de un sustrato cultural y que la cultura necesita permanentemente de traducciones, por lo que entender quién traduce, a quién, a través de qué significados , etc., se torna fundamental. De hecho, las diferencias culturales surgen en el marco de la diversidad de interacciones entre personas y colectivos, lo que ofrece una visión dinámica de la cultura ajena a la integración por asimilación y a la configuración de estereotipos como modus operandi de tratamiento de las diferencias, así como promotora de la asunción del individuo como agente activo en la construcción cultural. 

Esta cuestión nos lleva a una consideración mayor, y es que «inferir la identidad desde la cultura significa negar la complejidad respecto de las formas sociales de intercambio de los individuos y los grupos como elementos constitutivos de lo cultural». En este sentido podemos afirmar, a modo de corolario, que las identidades (en plural) se configuran a partir de las diferencias (también en plural) entre distintas culturas en interacción, lo que nos hace ver su complejidad sustantiva a la vez que nos desvela su potencialidad para la construcción social y educativa, la cual consideramos fundamental desarrollar a través del paradigma intercultural, el cual se ha visto bastante vapuleado, tergiversado a veces, encorsetado otras, o simplemente vaciado de contenido utilizando el término para cuestiones que poco o nada tienen que ver con su verdadero sentido.

Eduardo S. Vila Merino
Universidad de Málaga

Articulo completo: http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:EducacionXXI-2012-15-2-5050&dsID=Documento.pdf

Fotografías: Marta Pacheco

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