sábado, 20 de diciembre de 2014

HOLA: VENGO A SER FELIZ


LA SEGUNDA FELICIDAD

La segunda felicidad es aquella que se refiere a la definición del bien a que ella se refiere. Kant (1724-1804) lo manifestó en su Crítica a la Razón Práctica, cuando señaló que la felicidad es el nombre de las razones subjetivas de la determinación y por ello no se le puede reducir a ninguna razón particular. ¡Sapere Aude! Ten valor de servirte de tu propio entendimiento, parece ser la divisa de Kant y de la ilustración.
A partir de la Ilustración, la felicidad también parece ser distinta; la construyen los propios individuos, ellos son los dueños de su autonomía; los individuos, buenos por naturaleza, han venido a esta tierra a ser felices, pues poseen una facultad olvidada, que es la esencia de su ser humano: la razón es la fuente de la autonomía y el fundamento de la voluntad. Para Kant (1788) en la misma Crítica de la Razón Práctica, “La autonomía de la voluntad es el único principio de todas las leyes morales y de los deberes conformes a ellas; toda heteronomía del albedrío, en cambio, no solo no funda una obligación alguna, sino que más bien es contraria al principio de la misma y de la moralidad de la voluntad”.
Pero ¿qué es lo que determina la voluntad para obrar por deber y no por inclinaciones o deseos, proceder este propio de las éticas heterónomas? Kant, intenta resolver el interrogante a partir del concepto de ley, pero de ley práctica, la cual para configurarse como tal debe cumplir con tres características necesarias para “todo” ser racional , esto es el dueño de su propia voluntad. Tales características son: la de necesidad, la de universalidad y la de objetividad. Si la ley práctica, con tales características, obra en la voluntad, no son, entonces, los contenidos los que determinan la voluntad sino su forma, que no es otra cosa para Kant que la ley universal la que nos señala cómo debe querer esa voluntad y no qué debe querer. El querer, debe entenderse como un principio al cual el ser racional se somete, ello es la ley general del acto bueno; mientras que el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley.
Desde esta perspectiva, la ley moral se presenta en forma de imperativo, es decir, de obligación, de orden. Y si bien hay dos clases de imperativos, los hipotéticos –aquellos que privilegian la acción para la consecución de un fin- y los categóricos –aquellos que no están sometidos a condición alguna y representan la acción en sí misma- Kant en la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (1785) opta por el segundo, mediante la siguiente fórmula: “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”. En tal sentido y planteada así la autonomía, es menester considerar que la felicidad no debe buscar causas externas para su logro, pues es desde la propia voluntad desde donde la felicidad debe emanar, pues es su fuente y además está determinada por su propia ley: una norma universal y necesaria para obrar.

LA TERCERA FELICIDAD

“El hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio”,dijo alguna vez Goethe, aludiendo con fundamento al acto de valentía y desprendimiento más extraordinario que un ser humano puede realizar: el del reconocimiento. ¿Pero qué quiere decir reconocimiento?
Para esclarecer la noción, nos valemos de los estudios de Paul Ricoeur, quien dice que en francés , por lo menos este término, tiene ocho significados que van desde el “volver a conocer algo ya conocido”, pasando por el “conocimiento de alguna señal, o indicación a una persona o cosa que jamás he visto”; “llegar a conocer, a percibir, a descubrir la verdad de algo”; “reconocer con la negación significa a veces dejar de considerar, no escuchar ya”; hasta llegar a cuatro significaciones que “se propagan hacia el descubrimiento y exploración de lo desconocido, ya se trate de lugares y de escollos, de peligros” y finalizar con “la admisión de aceptarlo (el reconocimiento) como verdadero e incontestable.
Con este recorrido conceptual y su vehemente reflexión hermenéuticofilosófica sobre el término, primero como verbo: reconocer y luego como sustantivo: reconocimiento, Ricoeur propone tres etapas, tres paradas, en sendos estudios que fundamentan su propuesta de utilizar –experimentar- el reconocimiento en la vida cotidiana: la primera de ellas se refiere al “reconocimiento como identificación”; la segunda, al “reconocerse a sí mismo”: “el camino es largo para el hombre actuante y sufriente hasta llegar al reconocimiento de lo que él es en verdad, un hombre capaz de ciertas realizaciones”. Y la tercera al “reconocimiento mutuo”: “el reconocimiento de sí exige en cada etapa la ayuda del otro” (Ricoeur, 2006).
Pero si bien el reconocimiento como identidad se fundamenta en la mutua relación, esto es reconocimiento muto de los individuos, la tercera felicidad también allí tiene su sustento, dado que identitaria y relacionalmente los individuos, con libertad e independencia, es decir con autonomía, se conocen y se reconocen mutualmente en el otro como iguales. Esta afirmación de la identidad es el elemento necesario para humanizar la convivencia para ver en el otro un fin y no un medio; para comprender que las realizaciones que yo procuro en el otro, se devuelven a mí como un caudal de felicidad si y solo si yo tengo la suficiente honestidad y capacidad –pero sobre todo de desprendimiento- de reconocer los méritos de aquellos.
Ahora bien, existe siempre el peligro que dada la asimetría de las relaciones de los individuos, de la cual Ricoeur es consciente, en esos intervalos, por pequeños que sean, se puedan producir conatos de cosificación de los propios individuos; esto es reificación, deshumanización de los individuos, como ha pasado en diversos periodos de la historia de la humanidad y pasa en la actualidad.
Precisamente sobre esta noción, señala Honneth (2007), que “en los países de habla alemana, durante las décadas de 1920 y 1930, el concepto de “Reificación” fue un leit motiv de la crítica social y cultural”, y que la instrumentalidad hacía frías las relaciones e, incluso, “los sujetos permitían entrever el hálito helado de una docilidad interesada. -Y continúa-: Esto significa un comportamiento humano que quebranta nuestros principios morales o éticos, en tanto que otros sujetos no son tratados de acuerdo con sus cualidades humanas, sino como objetos insensibles, inertes, es decir, como “cosas” o “mercancías”. “Reificación” quiere decir, continúa Honneth, una costumbre de pensamiento, una perspectiva que se fosilizó y se convirtió en hábito, a partir de cuya adopción el sujeto pierde la capacidad de implicarse con interés, del mismo modo que su entorno pierde el carácter de accesibilidad cualitativa.
En tal sentido con Honneth (2007) observamos que la mejor valoración del significado cualitativo que poseen las personas se hace desde una postura de reconocimiento. Esto también es válido para nuestra propia existencia, pues es desde tal perspectiva desde donde podemos alcanzar nuestra tercera felicidad. “La manera en que solemos relacionarnos con nuestros deseos, sensaciones e intenciones, puede describirse convincentemente y razonablemente mediante el concepto de “reconocimiento”.
El reconocimiento al otro es un acto soberano al interior de los individuos; se deduce de su propia autonomía y se manifiesta en las relaciones humanizantes del individuo que reconoce. En la “epifanía del rostro” –como bellamente señala Levinas (1977) al encuentro con el otro, “el rostro me habla y por ello me invita a una relación sin paralelo con un poder que se ejerce, ya sea gozo o conocimiento”. Y ese conocer al que todos los días vemos, prevé para el individuo que conoce, unas capacidades especiales basadas en la libertad y la autonomía. Honneth dirá que:
“Cualquiera sea la forma en que se defina más específicamente
el acto de conocimiento dirigido al “interior”, siempre debe
presuponerse una clase especial de capacidad sensorial que
permita percibir nuestros estados mentales de la misma manera
en que nuestros órganos sensoriales nos permite percibir los
objetos”.
Jaime Alberto Rojas Rodríguez
Comunicador Social – Periodista de la Fundación
Universitaria Los Libertadores.
Fotografías: Laila Hijjawi

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