lunes, 8 de diciembre de 2014

REDES SOCIALES: EL ESPEJO DONDE NO TE VES

SUDARIO
Motivos para la auto-observación: narcisismo y yo teatral
La utopía de un mundo interconectado choca frontalmente con la realidad del entorno digital. Se trata de un espacio de agregados de elementos aislados, atomizados. La acción colectiva y el carácter democrático de espacio público no es corriente mayoritaria en la Red. Para Armand Mattelart, «la efervescencia de la navegación en el ciberespacio no puede ocultar el hecho de que los comportamientos individualistas están en las bases de la Red ni que su contribución a una cultura del espacio público está lejos de ser una realidad» (Mattelart, 2007).
Ya en la década de 1970, el sociólogo Richard Sennett comprendió el ‘declive del hombre público’ como una exacerbación de la vida privada más allá de la esfera íntima. Además, aclara uno de los resultados perversos: «El narcisismo y el trueque de autorrevelaciones estructuran las condiciones bajo las cuales la expresión de sentimiento en circunstancias íntimas se vuelve destructiva» (Sennett, 1978).
El imperativo de exhibir la propia personalidad en el espacio digital y hacer visible, en consecuencia, una imagen de nosotros mismos se explica conforme a los parámetros de narcisismo. El principio básico parece ser el de visibilidad y aislamiento. A menudo se ha designado la ‘blogosfera’ como un entorno apropiado para la exhibición casi obscena de personalidades narcisistas y egocéntricas. Tanto los blogs que despliegan confesiones sobre la vida del autor como la esfera Twitter, entre otras plataformas, se fundamentan en la objetivación y exposición pública desde la singularidad de la vida privada. En ambos casos, perfiles más o menos detallados predisponen a los lectores según la propia definición que de sí mismos esbozan los autores.
Por una parte, hallamos el aspecto dramatúrgico de los perfiles. Aludimos a la noción actorial y representativa concebida por Erving Goffman: al igual que en la vida social, adoptamos una serie de roles, de papeles en mayor o menor grado estructurados, que hacen del espacio público un theatrum mundi. En el espacio digital ocurre otro tanto. Como advierte el antropólogo Marc Augé (1998), todos vivimos en las ficciones; sentimos la urgencia de contarnos: «El individuo manifiesta de vez en cuando la necesidad de recapitular su existencia, de explicar su vida, de darle coherencia». ¡De vez en cuando! La presión social que hace de la conectividad permanente una norma tácita instituida transforma la ocasionalidad y excepcionalidad de ese relato en la continua narración de sí mismo. Incluso cuando estamos solos, hemos de relatar que estamos solos. Jeremy Rifkin advierte: «El tiempo que pasamos solos (diferente del hecho de sentirnos solos) sigue reduciéndose y se aproxima a cero en un mundo interconectado las veinticuatro horas del día» (Rifkin, 2010).
Al hacer de la fugacidad de los instantes un relato registrado, leído por otros, constantemente nos imponemos la esclavitud de las palabras. Como resultado, el usuario se pliega a los requerimientos de su identidad digital, convertido en actor -sin posibilidad de desvío ‘metadramático’, como diría Miguel de Unamuno- de su propio guión.
Las categorías de descripción utilizadas para definirnos interponen una máscara social no ya tácita y espontánea, fruto del proceso intergeneracional de socialización, sino reflexionada y voluntaria. Dicho de otro modo, la elección de descriptores tiene en cuenta que el espacio digital es una especie de mirror world. En este, los deseos narcisistas de suscitar lecturas y miradas admirativas, el anhelo de devenir una celebridad determinan la máscara elegida. Cuanto mayor es el número de visitas, mayor la popularidad y la alimentación del ego narcisista. Cuanto mayor es el número de enlaces a nuestras exhibiciones a veces rayanas en la obscenidad, más privilegiada la posición que ocupa nuestro site en la búsqueda de Google y mayor es nuestra egolatría.
¿Quién escribirá el tweet más leído y enlazado? El second self -parafraseamos a Sherry Turkle-, la identidad virtual trata de colmar los deseos de éxito social introyectados por la industria cultural. Parecernos en nuestra vida exhibida en el espacio digital a un actor célebre del Star system, a una imagen arquetípica de periodista de fama y abolengo o a un grosero presentador de televisión: la forma de atraer la atención, de adquirir visibilidad se fundamenta en la sorpresa, lo anecdótico, sorpresivo y en buena medida insólito y fuera de lo común. Conforme a Georg Simmel, el individuo siente su importancia, se reivindica como tal frente a la tensión que le hace diluirse en la masa social, por medio del contraste: diferenciándose de otros (Simmel, 2003).
La pregunta es por qué exponer la vida privada en el espacio público digital. El deseo narcisista de sentirse admirado, no ya por lo que hacemos sino por nuestros atributos, por nuestro perfil, explica la difuminación de barreras entre lo privado y lo público. A pesar de la sensación de omnipotencia del narcisista, afirmaba Christopher Lasch (1991), «El narcisista depende de otros para afianzar su autoestima. No puede sobrevivir sin un público que le admire. La aparente libertad que le proporciona la falta de lazos familiares y de vínculos institucionales no le permite beneficiarse de una cierta autonomía o disfrutar de su individualismo».
Obligado a adquirir notoriedad y visibilidad, el usuario se encuentra auto-coaccionado a la hora de actualizar sus exposiciones. Antes de escribir una frase, habrá que calcular si es congruente con el perfil y el historial que hemos mostrado con anterioridad. Hay una suerte de presión temporal internalizada -autoimpuesta, y utilizamos términos de Norbert Elias- por la que el silencio, la ausencia de novedades sobre la propia persona desvían la atención fuera del propio perfil.
La sanción negativa parece corresponder al olvido y estigmatización al no proporcionar una ‘identidad social virtual’, en palabras caras a Goffman (2003). Ante un intercambio de mensajes en plataformas de microblogging como Twitter, la inercia de la conversación, la obligación de responder casi de inmediato al estímulo para asegurar la continuidad fática -la de permanecer siempre en el ‘entre’ de una relación digital- es una fuente de inquietud.
Goffman precisaba que hay una serie de relaciones obligatorias, en gran medida autoimpuestas para cada tipo de situación. La actualización de nuestros recorridos en Red es conditio sine qua non para el mantenimiento del prestigio en la vida virtual: «Las obligaciones de un extremo son las expectativas de otro» (Goffman, 1979). Es en este sentido que Lasch sostenía que el narcisista padece de forma casi insoslayable ansiedad: «[Él] exige una gratificación inmediata, además de vivir en un estado perpetuo de inquietud y deseos insatisfechos.» (Lasch, 1991).
TELOS, Cuadernos de Comunicación e Innovación

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