lunes, 8 de diciembre de 2014

EL SER DEL MUNDO

Horizonte, perspectiva y sentido

Pero de una vez por todas dirijamos nuestra mirada a la propuesta de Merleau-Ponty y desvelemos en qué consiste su análisis de la percepción. En la Fenomenología de la percepción, específicamente en la primera parte titulada El cuerpo (Merleau-Ponty, 1984), el preámbulo al primer apartado se encuentra dedicado a ofrecer una descripción de su teoría de la percepción que tiene como eje central la mirada y su relación con la perspectiva de percepción. Su análisis comienza con un ejemplo clarificador, a propósito de la perspectiva:
    Nuestra percepción remata en unos objetos, y el objeto, una vez constituido, se revela como razón de todas las experiencias que del mismo hemos tenido o podríamos tener. Por ejemplo, veo la casa vecina desde cierto ángulo, otro individuo desde la orilla del Sena, la vería de forma diferente, de una tercera forma desde el interior y toda vía de una cuarta diferente desde un avión; la casa de sí no es ninguna de estas apariciones, es, como decía Leibniz el geometral de estas perspectivas y de todas las perspectivas posibles, eso es, el término sin perspectiva desde el que pueden derivarse todas, es la casa vista desde ninguna parte (Merleau-Ponty).
Lo primera que debe decirse es que Merleau-Ponty amarra de nuevo el análisis de la percepción a la perspectiva. Pero ¿qué es la perspectiva? En una primera tentativa, podríamos afirmar, que la perspectiva es el horizonte en el cual se me da el objeto, que tiene por presupuesto mi ubicación espacial y temporal. Ejemplifiquemos. Me encuentro en mi habitación, pero de ésta no tengo más que una perspectiva posible, la que se da de inmediato a mi mirada, el ordenador y los libros que se encuentran a su alrededor. Pero supongamos que cabe la posibilidad de un segundo observador que se ubica detrás de mí, su perspectiva es mi espalda y la totalidad de la pared sobre la que se encuentra mi escritorio. Visto de cerca, la perspectiva entraña dos problemáticas iniciales: ¿cómo la mirada puede mantenerse siempre en apertura para no cerrase sobre sí misma, sobre su propia perspectiva? Y si lo único que tenemos del objeto es una perspectiva ¿cómo poder apropiarnos de la totalidad del objeto?
Con respecto a la primera pregunta, cabe advertir que una perspectiva a la vez que me muestra una cara del objeto, también me oculta otra faceta del mismo, aquella que no se da de inmediato a mi mirada. De esta forma, podemos señalar que toda perspectiva ganada es también una fuga de horizonte. Merleau-Ponty lo tiene claro cuando descubre que la perspectiva permite la desvelación pero de nuevo el ocultamiento. Avancemos. ¿Cómo superar la fuga de la perspectiva? La solución se encuentra dada desde un principio. La perspectiva jamás está cerrada sobre sí misma, percibir un objeto no es captar sensaciones vacías de un ente desolado, mirar es la posibilidad de alcanzar un horizonte de significación del que surge un contexto que me clarifica el sentido del objeto percibido.
Ejemplifiquemos, volvamos a mi habitación. He dicho que mi horizonte son los libros y el ordenador, mi mirada siempre está puesta sobre la pantalla, en donde aparecen las oraciones que escribo, pero de antemano     experiencio que mi visión se encuentra abierta a la copresencia, a eso otro que configura mi horizonte de significación: el escritorio sobre el cual se encuentra el ordenador, los libros, y la silla sobre la que estoy sentado. Estos objetos son los que constituyen mi perspectiva, la cual no me es dada como meros datos inconexos, pues a través de ellos he podido reconocer que me encuentro en mi habitación, que junto a mi están los objetos, que no me poso frente a ellos como un observador neutral y frío. En realidad, es preciso afirmar que habito los objetos que se me dan en el horizonte; es verdad, los objetos toman para mí un sentido porque me encuentro experienciándolos. El ordenador no es simplemente una máquina negra el ordenador me permite escribir el texto que el día jueves leeré enfrente de los asistentes al seminario, el libro me permite clarificar mis ideas; la silla y el escritorio, posar mi corporalidad para poder escribir.
    El horizonte es, pues, lo que asegura la identidad del objeto en el curso de la exploración, es el correlato del poder próximo que guarda mi mirada sobre los objetos que acaba de recorrer y que ya tiene sobre los nuevos detalles que va a describir […] La estructura objeto [de] horizontes, eso es, la perspectiva, no me estorba cuando quiero ver al objeto: si bien es el medio [por el cual] los objetos disponen para disimularse, también lo es para poder revelarse. Ver es entrar en un universo de seres que se muestran, y no se mostrarían si no pudiesen ocultarse unos detrás de los demás o detrás de mí. En otros términos, mirar un objeto, es venir a habitarlo, y desde ahí captar las cosas según la cara que al mismo presenten (Merleau-Ponty, 1984).
Pero aún falta clarificar la segunda problemática: si lo único que tenemos del objeto es una perspectiva, ¿cómo poder apropiarnos de la totalidad del objeto? La descripción fenomenológica tanto de Husserl como de Merleau-Ponty contempla la posibilidad de cambiar nuestra perspectiva. Podemos dar la vuelta, puedo mirar el objeto desde otro ángulo, mi horizonte se modifica y me permite captar la faz desconocida del objeto. Sin embargo, no podemos contentarnos con esto; si hemos afirmado que el horizonte se constituye en sus relaciones espaciales y temporales, esto indica que mi horizonte también se constituye de aquello que no pudo ver, pero que seguramente se proyecta sobre la relación de un objeto con otro.
Merleau-Ponty lo ejemplifica con el caso de la lámpara. La lámpara se encuentra sobre la mesa, de ella solo captó su frente, pero la chimenea tiene de la lámpara la espalda que yo supongo está ahí. Merleau-Ponty muestra cómo “cada objeto es el espejo de todos los demás” (Merleau-Ponty, 1984). Cada horizonte es un sistema interrelacionado en donde se fusionan infinidad de perspectivas que puedo alcanzar a través de mi mirada que permite el habitar de los objetos. Pero cuidado, nuestra mirada nunca tiene a su disposición el objeto en su totalidad, sólo dispone de horizontes. Empero, este punto ciego de la perspectiva debe ser interpretado como un límite positivo. En efecto, esta imposibilidad de disponer del todo nos hace conscientes de nuestra finitud: nuestra mirada es finita porque nuestro conocimiento, por fundarse en nuestras perspectivas, hunde sus raíces en la temporalidad, ya que nunca alcanzamos la totalidad de las cosas, y nunca podemos reducir el mundo a la conciencia omnipotente. Por el contrario, la conciencia se ve rebasada por la apertura de nuestros infinitos horizontes que son campos extensos de posibilidades. Esta última afirmación puede ser interpretada como un golpe directo contra la ciencia moderna y su pretensión de encarcelar el sentido del mundo en “sistemas téticos”. La ciencia es una perspectiva más, la ciencia se encuentra con infinidad de horizontes que le recuerdan que la finitud se encuentra instalada en el corazón de nuestro mirar.
Puedo, pues, ver un objeto en cuanto que los objetos forman un sistema o un mundo y que cada uno de ellos dispone de los demás, que está a su alrededor, como espectadores de sus aspectos ocultos y garantía de su permanencia […] Pero, insistamos, mi mirada humana nunca pro-pone del objeto más que una cara, incluso si, por medio de los horizontes, apunta a todas las demás (Merleau-Ponty, 1984).
Ahora se nos ha hecho claro que Merleau-Ponty entiende la percepción como comprensión de sentido, porque percibir es descubrir un horizonte de significación que determina la constitución del sujeto y del objeto. Cuando percibimos objetos no lo hacemos por fuera del horizonte de donde nace; por el contrario, lo captamos en su infinidad de relaciones temporales y espaciales. Ejemplifiquemos. Contra el psicologismo que hace de la percepción un ejercicio mecánico de capturar sensaciones inconexas y aisladas, Merleau-Ponty quiere explicar que percibir el color rojo de un objeto es a su vez comprender que se trata de la cubierta del pocillo que se encuentra sobre mi mesa. Lo percibido es el color rojo que constituye al pocillo, el sistema de interrelaciones del pocillo y de mi mirada que recubre el horizonte de lo dado. En efecto, no percibimos sensaciones aisladas que pretenden satisfacer la idea abstracta de rojo que contiene la conciencia: “es este éxtasis de la experiencia lo que hace que toda percepción sea percepción de algo de una cosa” (Merleau-Ponty, 1984).
Pero aún podemos llevar al máximo la tesis de Merleau-Ponty y mostrar hasta dónde la relación sujeto-objeto parece haber trasgredido los límites que la metafísica había impuesto. Si lo que la percepción permite es la toma de un horizonte de significación, esto indica que finalmente el sentido emana de la relación del mirar que es un habitar. Estoy en el objeto y él en mí. La correlación propuesta por Husserl gana la potencia necesaria para evidenciar los múltiples planos de constitución que surgen entre el sujeto y el objeto. Es gracias a mi mirada en perspectiva que habito el mundo, que el mundo deviene mundo para un cuerpo que se instala en la infinitud de las perspectivas. Así lo describe el filósofo francés en Sentido y sin sentido:
    Me doy cuenta que la cosa, después de todo, necesita de mí para existir. Cuando descubro un paisaje hasta entonces escondido por una colina, sólo en este momento llega a ser plenamente paisaje, y no puede concebirse lo que sería una cosa sin la style=”color: #808080;”>inminencia o la posibilidad de mi mirada sobre ella. Este mundo que tenía toda la apariencia de existir sin mí, de rodearme y de excederme, existe gracias a mí. Yo soy, pues, una conciencia, una presencia inmediata en el mundo, y no hay nada que pueda pretender existir sin quedar cogido de alguna manera en el tejido de mi experiencia. Yo no soy esta persona, este rostro, este ser finito, sino un puro testigo, sin lugar y sin edad, que puede igualar en potencia a la infinidad del mundo (Merleau-Ponty, 2000).
La mirada no es la mera captación de colores, tamaños, formas y demás cualidades en que se ofrece el mundo. Mirar es habitar el paisaje, mirar es habitar el mundo de la vida. Es descubrir en mi experienciar infinidad de planos de significación. En suma, percibir es habitar el mundo por la mirada.
Ahora se nos hace claro la se paración entre Husserl y Merleau-Ponty. Husserl necesita de un doble rendimiento de laconciencia trascendental para alcanzar el eidos4 del objeto percibido. Por una parte, la conciencia debe captar las sensaciones; para hacerlas claras debe exigirle a la conciencia alcanzar el plano de la reflexión, la cual permite la reducción de los datos de la vivencia a la conciencia. De esta forma, Husserl pretende tener la cosa misma del objeto, a través de su teoría de la graduación que conduce a la compenetración trascendental5. Por el contrario, Merleau-Ponty entiende el percibir como comprender sentido, la mirada como un habitar el horizonte de los objetos en donde el cuerpo se encuentra inserto. El redimiendo de la conciencia trascendental como garante de la reflexión ya no se hace necesario, pues la conciencia trascendental es encarnada, es carne, cogito encarnado.
Ya abordado el tema de la percepción, ahora es necesario indagar por el asunto de la temporalidad. El tiempo también debe ser interpretado como horizonte, en donde los éxtasis de la temporalidad se reúnen en el ahora, en la facticidad. El pasado determina el presente y proyecto mi futuro desde el pasado que se hace carne en mi presente. El tiempo se hace claro bajo la perspectiva del horizonte y los objetos también se ven atravesados por la temporalidad. Ejemplifiquemos. En las paredes de una casa, se conserva el tiempo transcurrido, se evidencia en el proceso de envejecimiento que se desvela en la pintura y las maderas que conforman su estructura. Los objetos tiene su tiempo, el horizonte en el cual se me dan los objetos se interrelacionan con el horizonte temporal:
Cada momento del tiempo toma a los demás como testigos, muestra, al producirse, cómo tal cosa tenía que acabar y en qué habrá parado tal cosa; cada presente hunde definitivamente un punto del tiempo que solicita el reconocimiento de los demás; el objeto se ve, pues, desde todos los tiempos igual a como se ve desde todas partes y, por el mismo medio, la estructura del horizonte (Merleau-Ponty, 1984).
Finalmente, Merleau-Ponty cierra la sección del preámbulo recordando su objetivo central. El tratamiento que la ciencia ha dado al cuerpo como un objeto que desconoce, que el cuerpo-objeto es una de las fases de la constitución de la corporalidad, pero no la única ni la definitiva. Esto dibuja inmediatamente el objetivo que tratará de alcanzar en lasección I. Ni las concepciones mecanicistas sobre el cuerpo, ni la fisiología cartesiana, ni la psicología han logrado desvelar el vínculo entre cuerpo y mundo. De esta forma, su objetivo central es la fundamentación de una ontología de la corporalidad para que muestre, que lo manifestado en el cuerpo es el movimiento de la existencia, es la existencia, es el ser-del- mundo que no puede ser objetivado.
César Augusto Delgado Lombana
Licenciado en Ciencias Sociales.
Universidad Pedagógica Nacional de Bogota
Fotografías: Philip Chen

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