sábado, 20 de diciembre de 2014

EL BUEN VIVIR


UNA VIDA QUE MEREZCA LA PENA SER VIVIDA


¿De qué vida estamos hablando? Al hablar de la vida hay un riesgo implícito de pensar que “existe una vida más allá del capitalismo, como si toda vida no estuviese ya inmersa en las relaciones actuales de dominio: de nuevo, existe el peligro de esencializar la vida, crear una especie  de paraíso en algún lugar utópico al que deberíamos poder acceder” (Gil, 2011). Para evitarlo, necesitamos entender qué se entiende por vida que merece la pena en el capitalismo heteropatriarcal; y preguntarnos qué vida nos merece la pena bajo nuestros propios (otros) criterios éticos. Es un debate ético, en ningún caso técnico; y no ha de ser respondido por ninguna clase de expertos en ética, sino por el conjunto de la sociedad.  

El capitalismo heteropatriarcal impone como objetivo vital la autosuficiencia en y a través del mercado. Esta autosuficiencia es una quimera inalcanzable y dañina, un espejismo que solo se mantiene en base a ocultar las dependencias y a los sujetos que se hacen cargo de ellas (a ocultar los cuidados que nos regeneran; a ocultar que economía de retales en los hogares permite la recuperación de la ganancia en los mercados); así como la dependencia de los recursos naturales y energéticos que nos sustentan. En momentos de crisis muestra su tremenda fragilidad, su imposibilidad de materializarse salvo en momentos muy puntuales (siendo joven, teniendo plena salud, careciendo de responsabilidades de cuidados) y cuando el contexto mercantil es favorable; en cuanto alguno de esos elementos quiebra, vemos que nos necesitamos unos a otros. 

Es una quimera que obvia una condición ontológica fundamental: la materialidad de la vida y los cuerpos. La vida es vulnerable y finita; es precaria, por eso, si no se cuida, no es viable. De ahí que debamos preocuparnos por establecer sus condiciones de posibilidad, que no son automáticas: “la vida exige que se cumplan varias condiciones sociales y  económicas para que se mantenga como tal” (Butler, 2009). La única vía para hacerse cargo de la vulnerabilidad y la precariedad es en la interacción: “La precariedad implica […] la dependencia de unas personas que conocemos, o apenas conocemos, o no conocemos de nada” (Butler, 2009) Reconocer la  vulnerabilidad no es reconocer un mal, sino la potencia que hay ahí: la  potencia de sentirnos afectados por lo que les ocurre al resto, y la potencia de reconocer que la vida es siempre vida en común, en interdependencia; en ecodependencia, porque la vida humana no es superior ni está al margen del resto del planeta, dependemos de los recursos naturales y energéticos que nos sustentan. 

Al abrir el debate ético sobre qué vida merece la pena ser sostenida, qué 
entender por buen vivir, partiendo del reconocimiento de la vulnerabilidad, la 
interdependencia y la ecodependencia, hemos de adentrarnos en numerosas 
cuestiones. Entre ellas, vamos a señalar cuatro, haciendo unos breves 
apuntes sobre los aportes específicos que el feminismo puede hacer. 


Primero: ¿qué es vivir bien? ¿Qué necesidades han de ser cubiertas? Esta pregunta no se plantea en términos individuales ya que, como acabamos de decir, la vida es siempre vida en común. La cuestión es dilucidar de qué necesidades nos vamos a hacer cargo colectivamente. Los aportes de los feminismos a este debate van en varias líneas: enfatizar la indisolubilidad de las dimensiones materiales y afectivas de las necesidades; cuestionar la dicotomía deseo (más allá del sostenimiento) / necesidad (sostenimiento); y remarcar la importancia de la necesidad de cuidados como propia de todas las personas a lo largo de todo el ciclo vital. El ecologismo social enfatiza la noción de que la respuesta ha de darse desde la plena conciencia de los límites de la biosfera, entendiendo el problema de los límites no como un asunto futuro, sino como un tope al que ya hemos llegado; dicho de otra forma, estamos viviendo de los ahorros del planeta, en una fase de translimitación. En esta línea van planteamientos como el mejor con menos o el decrecimiento. 


Segundo, cómo gestionar esa interdependencia inevitable. Si vamos a seguir 
haciéndolo bajo relaciones de asimetría y jerarquía, donde ciertos sujetos o 
colectivos, asociados a la feminidad, son unilateralmente calificados como 
dependientes, con las connotaciones de parasitismo  que de aquí se derivan; 
mientras que otros, asociados a la masculinidad, son socialmente legitimados 
como independientes (léase autosuficientes) en aras de sus aportes a los 
mercados. La cuestión es, por tanto, cómo hacer para que la interdependencia 
se dé en términos de reciprocidad. Y aquí el feminismo añade una cuestión 
esencial: cómo hacer para que esa interdependencia se combine con el logro de niveles suficientes de autonomía, entendida como capacidad de decidir sobre la propia vida, sabiendo a la par que “la autonomía personal y la autonomía social mantienen una complicidad […] una no puede darse sin la otra” (Gil, 2011).

Tercero, cómo nos comprendemos los sujetos sexuados que vivimos esa vida. Hablábamos antes de la construcción de la masculinidad y la feminidad en el capitalismo heteropatriarcal. Esa feminidad construida diluyendo la individualidad en los otros, bajo esa ética reaccionaria del cuidado, produce lo que María Jesús Izquierdo denomina un  sujeto dañado. Y no es este el lugar desde el que construir práctica política. Tampoco lo es la subjetividad construida en torno al modelo hegemónico de masculinidad, que tiende a aproximarse al ideal de autosuficiencia perverso y  se configura bajo un aplastante individualismo. En el momento de crisis corremos el riesgo de que estas construcciones sexuadas perversas se refuercen, pero es también el momento clave para cuestionarlas y para preguntarnos cómo articular otras formas de estar en el sistema socioeconómico que sean liberadoras, y que, al mismo tiempo, sean capaces de comprometerse, de asumir una responsabilidad por el otro y la otra, por el colectivo. De nuevo, aquí los aportes potenciales del feminismo son clave. 

Amaia Orozco
(amaiaorozco@gmail.com) 


Articulo completo: 
http://pdf2.hegoa.efaber.net/entry/content/1096/Amaia_Orozco.pdf
Fotografías: Stas Stankovskiy

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