sábado, 20 de diciembre de 2014

DESAMPARO PSÍQUICO

Lorca penetra en el arte de los artistas del sur de España, guitarristas, bailaores y cantaores e intuye que algunas veces encuentran al duende, como le ocurrió a una de ellas, la Niña de los Peines, de quien dice que una noche tuvo que desgarrar su voz, empobrecer su talento y su seguridad, y dice Lorca textualmente: quedarse desamparada para que su duende se hiciera presente y luchara con él. Este quedarse desamparada, así como la afirmación de que su llegada supone siempre un cambio radical nos reenvía al desamparo psíquico y a su doble cara, la amenaza y la salida.
La cría humana que llora necesita de otro que la sostenga, que la nutra, pero mientras llora, pide, incluso le exige a la fatiga del otro que le atienda. En el origen latino de la palabra llanto, que deriva de planctus y plangere se hace presente la fusión de lamentarse y golpear o golpearse. El llanto es como el verso desnudo donde Lorca escribía que solo allí la verdad podía ser dicha. La violencia anida junto al lamento. Amenaza y salida forman parte de la arquitectura del desamparo.
La cría humana roza desde el nacimiento el borde de la muerte, primero por indefensión y dependencia, luego por obra de su narcisismo. Desamparo y muerte guardan una vecindad que en ocasiones abrasa las palabras del sujeto, hasta dejarlo sin aliento y sin palabra. El duende también es convocado por la cercanía de la muerte: “Con idea, con sonido, o con gesto, el duende gusta de los bordes del pozo en franca lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o compás, y el duende hiere, y en la curación de esta herida que no se cierra nunca está lo insólito, lo inventado de la obra de un hombre”.
Este duende que decimos se aloja en el desamparo no se repite, de ahí su importancia. Si desde el origen de la vida estamos colgados del desamparo entreteniendo a la muerte bajo un tibio sol, resignemos el lado mortífero del narcisismo para luchar con el duende, para salir de ese tiempo en que el desamparo, cuando irrumpe nos suspende. Es en la quiebra psíquica, momento de reactivación del desamparo en el adulto, cuando la soledad esencial que nos habita atenta contra los recursos del sujeto. Esa soledad se precipita por diferentes motivos, por los varios encuentros con el vacío que ofrece la vida, ante la vivencia de separación con un Ideal sobre el que fue proyectada la ilusión de seguridad. Es la fragilidad del lazo social, del vínculo con el otro la que la impulsa.
Decíamos que era en el cante jondo y su quejío donde Lorca encuentra la dimensión del grito terrible con capacidad de dividir el paisaje. Grito desgarrado del nacimiento y del sujeto del desamparo. Sujeto dividido y separado de su saber, saber que a su vez le concierne. Tristeza de ser él su propio enigma (19), “a solas con su paisaje interior”.
[…] El “estado de desamparo” es el nombre dado por Freud a la situación de dependencia del recién nacido. Ese estar inacabado, incapaz de suprimir por sí mismo el exceso de tensión provocado por diferentes estímulos como el hambre, tiene como consecuencia a través de la primera experiencia de satisfacción, investir al adulto que le ampara, de una omnipotencia atribuida habitualmente a la madre o a quien ejerza su función. Para Lacan la prematuridad de la cría humana le lanza de la necesidad al deseo. Al no poder cerrar el circuito de la necesidad la crías humana va a devenir sujeto; un ser hablante marcado por la identificación con el otro de la imagen especular. Al inscribir la unidad imaginaria que le ofrece la imagen, unifica la dispersión angustiante que experimenta. Operación imposible sin el otro. Por eso el desamparo constituye la prehistoria de la cualidad del inconsciente: la alteridad esencial del sujeto que tiene su origen en la dependencia del otro. En uno y otro autor la unidad o unificación aporta el marco en donde confluyen: la amenaza exterior y la exigencia pulsional. Otra característica del inconsciente freudiano se pone de manifiesto cuando se reactiva el desamparo: lo inconsciente permanece activo, lo que fue reprimido ejerce presión e intenta rebrotar.
El desamparo se considera el prototipo de la situación traumática. Sin embargo, a partir de ella el sujeto ingresa en una trayectoria que hará de aquella situación una dimensión traumática. La reactivación del desamparo se va a producir, aunque con diferente magnitud, al ser impactado el sujeto por un acontecimiento que haga eco en su marca traumática en el curso de su vida. Cada vez que algo abrupto irrumpa desde fuera o desde dentro ese episodio traumático entrará en conexión con el desamparo originario.
La barrera protectora antiestímulo de la que hablaba Freud será dañada. La angustia será la respuesta. Algo de lo irreductible de la pulsión, lo no ligado a ninguna representación, a ningún significante, habrá perforado la barrera de protección, barrera de palabras, de significantes. Por eso decimos que se trata de una perturbación en la economía del sujeto, porque el incremento de las magnitudes de estímulos es lo que produce la situación de peligro y dispara la angustia traumáticaque rompe la dimensión homeostática del psiquismo. En tanto coincidan peligro externo y
peligro interno el aumento de las magnitudes de estímulos, que esperan ser gestionadas para su descarga, producen el desvalimiento psíquico, cuando fracasan los esfuerzos del Principio del Placer por dominar la descarga de la excitación. Al quedar suspendida la función del Principio del Placer por la exigencia pulsional que equivale al
desligamiento de pulsión y deseo, la escena psíquica no se sostiene. El sujeto se rompe porque se queda sin historia.
La creación como salida permite resignifica lo traumático e implica adoptar el riesgo del exceso que anida en el desamparo. Este desamparo, este “no estar al abrigo de” se enfrenta con lo indecible, con una incertidumbre en que la única respuesta es la angustia. Caída del último velo.
El desvalimiento desvela la angustia.
M. Carmen Rodríguez Rendo. Psicoanalista y psicóloga clínica. Madrid.
El sujeto a la intemperie. La cuestión del desamparo en Freud y en Lorca, (fragmento).
Ilustracion Elena Guardia

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