viernes, 26 de diciembre de 2014

CUANDO EL AMOR ES PECADO


LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS DE LA HOMOFOBIA ECLESIAL

Uno de los retos más urgentes en la agenda de la Iglesia católica es la revisión integral de la ética relativa a la sexualidad y la reproducción. Durante siglos, la Iglesia católica ha venido codificando y difundiendo entre sus fieles un conjunto de prácticas y discursos —normas, doctrinas, preceptos religiosos y morales, entre otras disposiciones— que funcionan como instrumentos de regulación de las diversas actividades humanas. En lo relativo al campo de la sexualidad, este conjunto de dispositivos de control ha configurado una estructura mental rígida basada en un uso represivo del cuerpo y la condena de todas aquellas prácticas sexuales cuya finalidad no sea la reproducción.
La segregación sexual y el prejuicio antihomosexual impregnan todo el proceso formativo de seminaristas diocesanos, novicias, monjas y sacerdotes en el seno de una organización que funciona a la manera de lo que Michel Foucault (1992) llamó «institución total» o de secuestro. Se trata de instituciones sociales que controlan y administran formalmente la dimensión temporal de los internos, estableciendo, al mismo tiempo, un régimen disciplinario: un conjunto de técnicas y métodos de vigilancia y control sobre los movimientos del cuerpo. A éste se lo adiestra, se le imponen reglas, restricciones y obligaciones.
Aunque dentro del pensamiento cristiano existen diferentes posiciones ante el cuerpo y la homosexualidad, el magisterio eclesiástico se inscribe en la línea más dura y represora. La asunción en conciencia del discurso oficial de la Iglesia católica puede provocar en religiosos y creyentes laicos una doble situación. Por un lado, sacerdotes, diáconos, monjas, seminaristas y otras personas que desempeñan funciones en la Iglesia experimentan muy a menudo una situación de hipocresía sexual capaz de provocar serios desequilibrios emocionales. Todo un sufrimiento personal que se traduce en sentimientos de inseguridad, culpabilidad y angustia, además de la dificultad para establecer relaciones normalizadas con personas de otro o el mismo sexo. Algunos, especialmente quienes han hecho voto de castidad, incapaces de soportar la soledad y soltería forzada que impone la institución, acaban comiendo de la fruta prohibida y se ven obligados a llevar una doble vida o abandonar la Iglesia.
Además, las reglas establecidas por la Iglesia oficial inducen al personal eclesiástico y a los laicos creyentes a desarrollar lo que el psiquiatra Francis M. Mondimore (1998: 196) llama homofobia internalizada, el prejuicio adquirido contra los homosexuales fuertemente naturalizado y reproducido cotidianamente a través de actitudes, discursos y prácticas. Todavía hoy los documentos oficiales más recientes siguen considerando la homosexualidad como un desorden objetivo y las personas homosexuales son acusadas de subvertir el orden natural al cometer pecados contra natura. Al vincular la homosexualidad con el pecado, el desorden, la desviación y lo antinatural se está inculcando a la comunidad de fieles un profundo sentimiento de hostilidad, rechazo, aversión y miedo hacia personas lgtb. Mientras que disciplinas como la medicina o el derecho se han mostrado más comprensivas con gays y lesbianas, quitándoles la condición de enfermos o delincuentes, respectivamente, la Iglesia católica no parece a día de hoy querer liberarlos del infierno, más aún cuando Benedicto xvi insiste en que existe y es eterno.
Esta situación de exclusión y discriminación persistirá mientras que en la institución eclesial no se produzca una auténtica revolución en materia sexual tendente a promover la emancipación política, social y personal de mujeres, homosexuales, bisexuales y transexuales. La base de esta transformación pasa previamente por la construcción de un pensamiento postabismal capaz de enfrentar los autoritarismos, las imposiciones, la represión y los silenciamientos que diariamente se producen en el campo de la sexualidad, impulsando la posibilidad de crear relaciones más democráticas y solidarias entre la pluralidad de sexualidades humanas. Es lo que conceptualmente de Sousa Santos (2005) llama ecología de los reconocimientos, un conjunto de interacciones sociales que, ejercidas en al ámbito de la sexualidad, tratan de convertir las diferencias desiguales que establece la lógica de la clasificación social jerárquica en diferencias iguales a partir de reconocimientos recíprocos.
Aplicado a la superación de la homofobia eclesial, el pensamiento postabismal se traduce en la elaboración de una epistemología capaz de borrar las líneas abismales que marcan la diferencia entre sexualidades normales y sexualidades peligrosas, que reivindique la importancia del cuerpo excluido en el proceso epistémico, elimine las jerarquías ontológicas y epistémicas que separan cuerpo y alma, así como en la adopción de una ética sexual menos rígida y prohibitiva que apueste por la convivencia pacífica de personas sexualmente diversas.
En contraste con la vigilancia y el control sexual ejercidos por la moral católica vigente, el marco de referencia de esta epistemología y ética sexual postabismal se centra en los siguientes aspectos. En primer lugar, concebir el amor como una construcción social y cultural cuyo significado y vínculos con el matrimonio y el sexo han cambiado y pueden cambiar históricamente: durante la Edad Media, a título de ejemplo, muchos de los matrimonios bendecidos por la Iglesia no estaban basados en el amor romántico ni en la reproducción, sino en la conveniencia social y económica. En segundo lugar, la valoración positiva del cuerpo, de su cuidado y libre uso. En tercer lugar, la invitación a disfrutar sin complejos del amor y del sexo con la persona a quien se ama, celebrando la sexualidad en sus diversas formas y expresiones. En cuarto lugar, la desculpabilización del placer sexual a través del reconocimiento del sexo no sólo en su vertiente biológica y reproductora, sino también como importante vía de maduración, placer y conocimiento (inter)personal. En quinto y último lugar, la despatriarcalización de la Iglesia con medidas como el celibato opcional, la ordenación sacerdotal de mujeres y personas no heterosexuales y la elaboración de una teología emancipadora e inclusiva para con las mujeres y personas lgtb (Stuart, 2005), según la cual el pecado a combatir no es la existencia de personas con tendencias y actos homosexuales, sino la de personas que cometen actos discriminadores y homófobos y utilizan la religión para marginar y discriminar.
Se trata, en síntesis, de respetar los derechos sexuales y reproductivos de las personas, que forman parte irrenunciable de los derechos humanos. La realización radical de los derechos humanos y la democracia exige romper con las nociones patriarcales y heterosexistas del cuerpo, el amor, el sexo y la familia, cuestionar los patrones socioculturalmente construidos que definen qué significa ser hombre y ser mujer y promover la solidaridad entre los dos sexos y entre la diversidad antropológica de sexualidades.
El actual contexto ideológico de la Iglesia católica es inquietante y parece estar lejos de alcanzar estas conquistas. Sin embargo, mientras el derecho a la libre disposición del cuerpo siga formando parte de los derechos fundamentales de los seres humanos, la lucha a favor de la libertad sexual y los derechos sexuales podrá seguir adelante.
Antoni Jesús Aguiló

No hay comentarios:

Publicar un comentario