martes, 16 de diciembre de 2014

EL PODER NO EXISTE PORQUE SÍ

EL PODER DE LOS DESEMPODERADOS 

El concepto de “poder” representa desde su origen uno de los pilares fundamentales de la Ciencia Política Moderna. Surge a partir de la definición básica de “Política”, campo por excelencia en donde una sociedad determina las relaciones de poder entre sus individuos y grupos. Siendo la definición de “poder” un pilar fundamental de la Ciencia Política Moderna, históricamente ha producido un intenso debate intelectual acerca de su alcance conceptual. Así, Nicolás Maquiavelo lo definió como “atributo del soberano, entendido como el individuo gobernante de un Estado”, Karl Marx como “atributo de las clases sociales dominantes”, Max Weber como “emanación de los dones de la autoridad y la legitimidad encarnados en el individuo gobernante” y Antonio Gramsci como “hegemonía, entendida ésta como autoridad en un sentido más social -clasista- que individual”, a medio camino entre los postulados de Marx y Weber.
Michel Foucault sistematizó el referido debate acerca de la cuestión del poder y postuló que tal debate se movía a grandes trazos alrededor de dos grandes ejes:

a) la cualidad dinámica o estática del poder,
b) la cualidad esencial (ausencia / presencia) o gradual (mayor / menor) del poder.

Una vez sentados tales parámetros, Foucault enuncia que el poder es un aspecto presente en todas las relaciones sociales y es, asimismo, una “capacidad” de individuos y grupos. Su teoría supera la noción más estrecha del poder en tanto posesión y aspecto consustancial al conflicto y gira fundamentalmente alrededor de tres aspectos:

1) El poder es dinámico, no estático: es asumido como un ejercicio que se realiza en todos y cada uno de los actos de las relaciones sociales, más que como un mero atributo que un individuo o grupo “tiene” al interior de las estructuras sociales.

2) El poder no existe de por sí, sino que se genera: este enunciado supera la noción del poder como “suma cero” -el poder como una posesión de un individuo o grupo- hacia una noción más amplia que implica la existencia de una construcción social.

3) En base a los dos consideraciones anteriores se entiende pues que, si bien el ejercicio del poder supone un permanente estado de tensión en toda relación social (ya que casi nunca la realización de los deseos de un individuo o grupo es plenamente armónica con la realización del otro u otros individuos y grupos implicados en la misma relación social), éste no conduce necesariamente al conflicto porque siempre existe la posibilidad de establecer arreglos -más o menos simétricos- que permitan, en mayor o menor medida, realizar las capacidades de todos los individuos o grupos presentes en una relación social. Esto implica asumir que todos los miembros de una relación social ejercen algún margen de poder y también que, aún así, el conflicto es una posibilidad que siempre permanece latente.

A partir de la década de los 70, las teorías relacionadas con el empoderamiento han examinado igualmente la noción de poder, su uso y su distribución como eje central para comprender la transformación social. Así, los debates que surgieron en la escuela de la modernización y de la dependencia centraban la causa del subdesarrollo en la relación entre el poder y la pobreza. La teoría de Freire argumentaba que sólo el acceso al poder real podría  romper lo que él denominaba “la cultura del silencio”, que caracteriza la dependencia y marginalidad de los que carecen de poder.

La suma de estas teorías y el fracaso de los programas de desarrollo de los 80, fueron los detonantes para que las agencias bilaterales y multilaterales entendiesen que una reforma estructural y una distribución más equitativa del poder eran los únicos medios para romper el círculo de la pobreza.

Una revisión del concepto de poder en el contexto de la cooperación para el desarrollo revela una clara distinción entre el poder negativo y el poder positivo, aunque su nomenclatura varíe según cada autor. En su concepción negativa, el poder es la vía para lograr un cambio radical y confrontar a los que no tienen poder frente a los que lo tienen. Esta interpretación argumenta que sólo se logra un cambio significativo si se cuestionan directamente los patrones de poder existentes.

Una definición más constructiva concibe este término como el poder de hacer, de ser capaz, así como de sentirse con mayor control de las situaciones. Según este enfoque, se considera que el individuo tiene un rol activo y puede actuar en cualquier programa de desarrollo gracias a su actitud crítica. Esta noción implica romper con la idea de que el individuo es un ser pasivo para pasar a convertirse en un actor legítimo y activo del desarrollo.

Jo Rowlands presenta otra forma de entender el poder distinguiendo cuatro tipos: “poder sobre”, “poder para”, “poder con” y “poder desde dentro”. El “poder sobre” representa un juego de suma cero donde el incremento en el poder de uno significa una pérdida de poder del otro. Este enfoque implica una dinámica de opresión que caracteriza la toma de decisión y la forma de ejercer influencia. Por el contrario, las otras tres formas de poder –“poder para”, “poder con”, “poder desde dentro”- son todas positivas y aditivas. Un aumento en el poder de una persona incrementa el poder de todas. Así, el “poder para” es aquel poder que tienen algunas personas para estimular 
la actividad de otras y elevar su estado de ánimo. Es un poder generador que abre posibilidades y acciones sin que exista dominación, es decir, sin el uso del “poder sobre”. 

Este tipo de poder se relaciona con el “poder con” en cuanto permite que se comparta el poder. Se manifiesta cuando un grupo genera una solución colectiva para un problema común, permitiendo que todos se expresen en la construcción de una agenda de grupo que también se asume individualmente. Sirve para confirmar que el todo puede ser superior a la suma de sus partes individuales. Otra forma del poder positivo y acumulativo es el “poder desde dentro” o “poder interno”, que se basa en la generación de confianza en uno mismo y se relaciona con la autoestima. Se manifiesta en la habilidad para resistir el poder de otros al rechazar demandas no deseadas.

Paralelo a este pensamiento encontramos la teoría de Craig y Mayo, y Korten. Ellos distinguen entre poder como la “suma variable” o “suma positiva” y como la “suma cero”. El primer tipo de poder es generador ya que asume que todos los individuos tienen poder y éste se suma al del resto de la comunidad con el objetivo de alcanzar un bien común. El “poder de suma cero” implica que, para que un grupo gane poder, otro inevitablemente debe perderlo. A modo de resumen, podemos concluir que existen básicamente tres corrientes teóricas sobre el concepto de poder:

1. La de los teóricos conflictuales, que observan el poder como un bien escaso y finito en un sistema cerrado de 
suma cero, por lo que el poder del que dispone un individuo o grupo no lo puede disfrutar otro al mismo tiempo, y por tanto, lo que gana un actor es a costa de que otro lo pierda.

2. La de los teóricos consensuales, que conciben que el poder puede crecer infinitamente si se trabaja sobre ello, siendo algo parecido a una forma de capacidad o habilidad. Desde esta visión el poder no tiene por qué ser un juego de suma cero puesto que no existe una dotación limitada de poder, esto es, el crecimiento o mejora de una persona no tiene por qué afectar negativamente a otra, sino que el poder puede ser creado y legitimado por la sociedad.

3. Y, finalmente, la de los teóricos intermedios, para los que el poder puede ser tanto conflictivo como consensual. Una opción es considerar un modelo descentrado de poder, en el que éste no es una sustancia, objetivable o acumulable, poseída o ejercitada por ninguna persona o institución, sino que siempre es descrito de manera relacional y tan sólo existe cuando es ejercitado.

“Empoderamiento” es un constructo que ha sido relacionado con muchas otras teorías que también hablan del poder, por ejemplo:
La teoría de las competencias basada en los saberes básicos (saber hacer, saber disciplinar, saber ser, saber convivir) que constituyen los cuatro pilares del conocimiento integral que habilita a las personas para el trabajo o para una ocupación; incluso, en un sentido integral, habilitan para la vida, porque al aprendizaje de los conocimientos y las tecnologías suman el impacto de estos saberes en los afectos, los sentimientos, las formas de ser y de conducirse, las percepciones de sí mismo y de los demás, con la conciencia de que este impacto determina en gran medida sus competencias.

La Teoría de la Resiliencia se relaciona también con el concepto de empoderamiento porque enfoca las potencialidades del individuo y su desarrollo. Descubre que los contactos interpersonales, los vínculos afectivos intensos, e incluso los contactos circunstanciales pero positivos de personas extrañas, capaces de sintonizarse no con las carencias de los individuos que sufren sino con sus capacidades, desarrollan el poder de superar la adversidad.

Esta relación entre ser resiliente y estar empoderado se puede apreciar claramente en la ya clásica fórmula de la resiliencia de Grottberg: Tengo (redes de pertenencia) + Soy-estoy (integracion cuerpo-mente-espiritu) M Puedo M Soy poderoso, en el sentido de que soy capaz de enfrentar, de ser, de disfrutar, de resolver, de vincularme, de protegerme, de ocuparme, de trabajar, de amar.

Las teorías de la evaluación de procesos y/o de intervenciones y la autoevaluación se han vinculado también con los procesos de empoderamiento. Fetterman D., uno de los principales autores de esta corriente, define el empoderamiento como un proceso que parte de la premisa del autogobierno de la comunidad, que requiere del establecimiento de sistemas de gobierno y de toma de decisiones para impactar el propio destino. Con ello se abren posibilidades de vincular, romper y establecer nuevos paradigmas para conducir la vida personal, la vida familiar, la vida comunitaria. La autodeterminación, la habilitación y la creatividad son condiciones necesarias para que surjan los procesos de empoderamiento, que pueden ser facilitados mediante técnicas de intervención que coloquen al individuo y a las comunidades intervenidas en un decisivo papel de participación y aprendizaje de formas de organización para el autogobierno.

Sea cual sea el caso, la cooperación para el desarrollo reconoce en el poder un elemento central para lograr un cambio social efectivo. El poder está en cualquier proceso de transformación y es la dinámica que determina las relaciones sociales, económicas y políticas.

Esta noción ha sido puesta en práctica en el concepto de empoderamiento, que se entiende como un proceso que busca tanto afrontar los desequilibrios de poder, como apoyar a aquellos que no lo tienen para que se empoderen
.
 

Esther Senso Ruiz
MÁSTER EN COOPERACIÓN Y AYUDA HUMANITARIA

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