miércoles, 10 de diciembre de 2014

DESCOMPONER EL PENSAMIENTO


CUERPO Y DIFERENCIA EN GILLES DELEUZE.
Aunque aquí haremos un ejercicio de propuesta ontológica deleuziana, hay que decir de entrada que el movimiento del pensar en Deleuze es primeramente deshacedor del pensamiento dominante (llamado también historia de la filosofía). Justamente para poder pensar, dice Deleuze, hemos de descomponer el pensamiento ya fijado en una imagen, desplazando con ello su territorio de dominio, por eso el problema de la diferencia surgiría de la descomposición de la identidad; la historia de la filosofía justamente habría ocultado (un «casual»olvido) la diferencia.

Aquí hay varias cuestiones: primeramente, hacer notar que el trabajo que hace Deleuze es un trabajo de descomposición en su doble sentido maquínico y orgánico; descomponer como deshacer, desmantelar las construcciones filosóficas dominantes, y también llevar a cabo su putrefacción. Teniendo en cuenta estos sentidos del descomponer, distinguiremos tres criterios de verificabilidad usables en este pensamiento, que aluden a la pregunta por aquello que hace de este modo de pensamiento una verdadera descomposición: en primer lugar, descomponer un pensamiento no es arrasar con él, es desarticular su interpretación canónica, por lo tanto ha de seguir siendo congruente con los textos, sólo que éstos son usados ahora en una dirección «diferente» al canon. Justamente, en segundo lugar, esta diferencia es condición de verificación en un pensamiento que descompone lo que está compuesto de un determinado modo.

De un texto no se sigue necesariamente una interpretación sino muchas, se trata justamente de marcar la diferencia con aquella que se ha impuesto como verdadera, un efectivo «poder de la verdad contra los poderes establecidos que dictan el sentido único. En términos deleuzianos esto se llama desplazamiento; es desplazar el campo de dominio de una verdad. En tercer lugar, y se sigue de lo anterior, este desplazamiento es un hacer, es un efectivo remover los modos de organizarse el pensamiento en todos los ámbitos: sociales, psíquicos, científicos, familiares, lógicos, es un modo de pensar constitutivamente evolucionario, y si «no hace nada» es que no es verdadero. Es justamente lo que Nancy llamará experiencia de la libertad, es «poner en juego como praxis del pensamiento una experiencia de la libertad», una real liberación del pensamiento.



Así, pensar es pensar diferentemente. La diferencia no se presenta al pensamiento como un telos, un fin ajeno al pensar, no es un «tema», sino que es el modo de acontecer el pensamiento. El pensamiento habría de acontecer desidentitariamente, haciéndose siempre otro. Es en este esfuerzo que Deleuze se aboca en gran parte de sus escritos a la práctica de desmantelamiento del «reino de la identidad», ya sea en su versión de la subjetividad, que consistiría –siguiendo a J. L. Pardo- en su deconstrucción bajo los tres momentos de impresión, pliegue y expresión6, ya sea en su versión del objeto. «Restaurar la diferencia en el pensamiento es deshacer ese primer nudo que consiste en representar la diferencia bajo la identidad del concepto y de la idea pensante». En esta lucha del pensamiento por «estar haciéndose diferente cada vez», es que el pensamiento se ha de dirigir hacia sí mismo descomponedoramente, esto es, ha de deshacer sus fijaciones representativas; es la desarticulación del pensar representativo y objetivante desde su cuádruple raíz: analogía, semejanza, identidad y oposición.

Ahora bien, esta descomposición, y es el acento con que trabajaré aquí, es un movimiento del pensar rigurosamente positivo; el uso de los conceptos adquiere, diría, un carácter mágico, pues son usados liberadoramente para intervenir y «resolver» situaciones locales, pensar es aquí hacer móvil el horizonte de comprensibilidad; «hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte móvil», es precisamente «soltar» las múltiples diferencias que impiden, por exceso, la fijación de cualquier horizonte.

La formulación deleuziana de la diferencia ha de ser necesariamente problemática, pues se instala en la diferencia misma como problema. El problema es la «figura» propia del pensamiento de la diferencia, porque el problema deja las diferencias abiertas. Deleuze llegará a plantear en Diferencia y repetición el tratamiento de una «diferencia sin negación», liberada así de cualquier identidad que reduzca «su» diferencia; una liberación múltiple en donde cada diferencia se excede a sí misma. Escuchemos el último párrafo con que termina Diferencia y repetición:

«Una sola y misma voz para todo lo múltiple de mil caminos, un sólo y mismo Océano para todas las gotas, un sólo clamor del Ser para todos los entes. A condición de que se haya alcanzado para cada ente, para cada gota, y en cada camino el estado de exceso, es decir la diferencia que los desplaza y los disfraza, y los hace retornar, girando sobre supunta móvil».



Si nos quedamos con la primera oración, parece ser que no mienta nada distinto del pensar metafísico más tradicional, habla de un mismo Ser, parece buscar lo uno de lo múltiple y el Ser de lo ente. El problema está en la «condición» que pone Deleuze en la segunda oración; la condición para la mismidad es que a cada caso de lo múltiple le «toque» (atteindre) la diferencia, y esto acontece en exceso, la diferencia es el exceso del cada caso, su desbordamiento.
La «condición» deleuziana de la diferencia deshace cualquier mismidad, deshace,
me atrevo a decir, al Ser como principio de unidad de los entes y del pensamiento. Por eso esta condición de la diferencia hace imposible pensar la diferencia. «Henos aquí forzados a sentir y pensar la diferencia. Sentimos algo que es contrario a las leyes de la naturaleza, pensamos algo que es contrario a los principios del pensamiento… ¿cómo lo impensable no estaría en el corazón del pensamiento?». Parece ser que las mil vías de lo mismo son intransitables por un mismo pensar. Cada texto de Deleuze expresa este hacer-deshaciéndose del pensamiento, diferenciándose de sí en el desplazamiento y el disfraz. Por esto, me parece,
más que atender a lo que dice, es menester atender a lo que hace con lo que dice; Deleuze usa los conceptos volviéndolos contra sí mismos, en el juego de pensar lo impensable, y quedando, me parece, muchas veces atrapado en una «voluntad aporética».

Este movimiento del pensamiento de la diferencia, movimiento expansivo que hace estallar cualquier identidad –en el pensar diferentemente, en el desplazamiento, en la descomposición, en el problema que afirma las diferencias dejándolas abiertas– es el funcionamiento propio de la construcción deleuziana del cuerpo. Cuerpo es un modo de funcionar que tiene que ver con la diferencia, con todos los momentos que hemos señalado, este movimiento puede ser seguido ahora desde algunas de sus aristas; es donde nos dirigiremos ahora.


VALENTINA BULO VARGAS
Universidad Austral de Chile, Instituto de Filosofía, Campus Isla Teja, Valdivia, Chile
Articulo completo: http://revistas.um.es/daimon/article/view/119561/112621

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