viernes, 19 de diciembre de 2014

CUANDO LA SIMPATÍA DE LAS PERSONAS ES OPACA


UNA REFLEXIÓN ACERCA DEL 

INDIVIDUO REPRESENTATIVO

En toda sociedad existen ciertas reglas naturales. Para cualquier acción de un individuo, los demás están en capacidad de emitir un juicio de aprobación o desaprobación. Entonces, por ejemplo, un individuo puede desaprobar el asesinato de otro individuo cualquiera, más allá del juicio formal que alguna institución emita.
Eso nos lleva a pensar que cada uno de nosotros, por más egoísta que sea, se interesa por la suerte de los otros. A eso Smith lo llama simpatía, es decir, “la facultad que hace posible al hombre coparticipar en los sentimientos ajenos”, y al juicio de aprobación o desaprobación es lo que llama justicia natural. Asimismo, las personas solemos ponernos en los zapatos de otras personas para hacer un juicio sobre nuestras acciones. De aquí nace la idea de un individuo imparcial que juzga a distancia y es en ese individuo en quien recae la idea de justicia.
La simpatía, una cualidad innata de los seres humanos, forma, a través de la concurrencia de juicios de aprobación, reglas naturales que regulan la conducta de las personas que viven en sociedad. La existencia de una sociedad reposa en el respeto a las reglas naturales. Esas reglas naturales pueden transformarse en reglas formales escritas en una legislación. Las leyes escritas sirven para facilitar algunos aspectos de la vida en sociedad, muchos de ellos fundamentales para el bienestar de la misma, como por ejemplo las leyes que defienden los derechos de propiedad. La superposición de estas últimas a las leyes naturales evitaría tener que hacer constantemente juicios. Sin embargo, llevándolo al extremo, un Congreso que sea eficaz en cuanto a la creación de numerosos proyectos de ley, al mismo tiempo puede estar siendo ineficaz para la sociedad. Se estaría limitando en exceso nuestra simpatía, que a su vez limitaría nuestra capacidad de emitir juicios de aprobación o desaprobación de manera correcta, y como resultado final se estaría limitando la justicia natural.
Smith define el egoísmo de la siguiente manera: “El interés privado es la fuerza fundamental de la vida económica que debe, sin embargo, someterse a los mandatos de la justicia natural”. Entonces toda acción egoísta que provoque juicios de desaprobación por parte de la sociedad atentará contra su bienestar.
 Contrario a lo que describe Becker, podría señalarse que la justicia natural puede variar de acuerdo con la cultura, pero evidentemente también podría variar con el tiempo. En un mundo globalizado como el de hoy, algunos fenómenos como las crisis que sacuden las grandes economías y tienen un efecto en las economías en desarrollo, las catástrofes naturales, las acciones bélicas que producen un rechazo apoyado en los derechos humanos, la propagación de enfermedades que van desde China hasta Suramérica, la miseria, el hambre y la inequidad que azota a muchas regiones, causan reacciones en personas de todo el mundo porque las reglas naturales se están globalizando. Por lo tanto, la idea del individuo imparcial que observa a distancia tiene una mayor validez y una justicia natural mucho más amplia.
Es preciso aclarar una contradicción que surge del párrafo anterior. ¿Cómo pueden estar sucediendo esos fenómenos simultáneamente con una expansión de las reglas naturales que rigen la conducta del hombre en sociedad? Es fácil responder si se definen dos tipos generales de individuos. Del primero de ellos diremos que es egoísta, simpático, que respeta las reglas naturales, y del segundo diremos que es egoísta, simpático, que no respeta las reglas naturales en su totalidad, y que es producto de una malinterpretación del individuo egoísta del cual Smith hacía referencia y que él denominaba derrochadores y proyectistas.
Si la simpatía es una cualidad innata de los seres humanos, estos derrochadores y proyectistas también son, aunque en menor medida, individuos simpáticos. Lo que sucede es que en sociedades capitalistas donde el interés particular es el principal estímulo económico, la simpatía de todos los individuos se limita, y los  derrochadores y proyectistas adquieren mayor discrecionalidad. Estos individuos ponen la búsqueda constante de beneficios por encima de los efectos que sus acciones puedan tener en otras personas, asumiendo riesgos de forma irresponsable causando una ineficiente asignación de los recursos.
Para ilustrar este caso, Smith utilizó el siguiente ejemplo: si la tasa de interés legal del mercado en algún lugar específico estuviera muy por encima de la tasa libre de riesgo solo podría atraerse a personas descabelladas que la mayor de las veces no harían el uso más razonable del crédito que se les otorga. Mientras que si la tasa de interés legal del mercado estuviera apenas por encima de la tasa libre de riesgo se atraería a personas más sensatas.
 Por lo tanto, estos individuos no solo generan desigualdad en términos de ingreso sino que no pueden alcanzar un óptimo de Pareto. Por supuesto, en este ensayo el principal causante de los fenómenos antes mencionados es el segundo individuo,  y el que protesta es el primero. Alrededor de esa lucha surge un tercer individuo de tipo general que no puede pertenecer a ninguna de las categorías anteriores y que se denominaráin capaz, siguiendo el criterio de un individuo que no tiene los recursos necesarios en cuanto a salud, educación, vivienda, entre otros, para desenvolverse activamente en una sociedad.
No hay que hacer un recuento histórico de los hechos económicos para darse cuenta de que el libre mercado en extremo ha producido grandes crisis. Basta ver como los derrochadores y proyectistas, en busca de ganancias extraordinarias, llevaron a la crisis financiera de 2008 o como el 22 de abril de 2010 la petrolera británica BP, por evitarse costos, no tomó las precauciones necesarias y ocasionó el derrame de crudo más grande de la historia.
La causa principal del calentamiento global (no la única), al igual que en los dos casos anteriores, es la búsqueda de ganancias extraordinarias que lleva a los empresarios a no incurrir en los costos necesarios que eviten la emisión de gases de efecto invernadero. Este caso se conoce como una externalidad. Desde la perspectiva de las reglas naturales, si la justicia natural se hiciese efectiva, debería estar dentro de la conducta de los empresarios el incurrir en los costos necesarios para mitigar el efecto que produce el calentamiento global, si quisiera entrar en ese proceso productivo. Esto no es una utopía, pues es lo que se pretende con la Ley 99 de 199310; que entre otras cosas dice: “La formulación de las políticas ambientales tendrá en cuenta el resultado del proceso de investigación científica. No obstante, las autoridades ambientales y los particulares darán aplicación al principio de precaución conforme al cual, cuando exista peligro de daño grave e irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces para impedir la degradación del medio ambiente”.
Pero que difícilmente se sigue al pie de la letra, precisamente por el debilitamiento de la justicia natural. Es por eso que en cualquier sociedad deben reconocerse y adecuarse instituciones diligentes y responsables que no busquen limitar el juicio de las personas ni degradarles su posibilidad de participación.
La democracia, cuya base de legitimación son las personas, puede ser una institución eficiente en cuanto al objetivo de maximizar el bienestar de la mayoría de la sociedad. Aun cuando no lo es, difícilmente puede dar paso a otro sistema, pues se apoya en  la libertad de expresión, que ninguno de los otros sistemas conocidos contempla en su totalidad, como las dictaduras, las monarquías, los sistemas de planificación central, entre otros.
Pero, ¿en qué casos la democracia no es eficiente y por qué la libertad de expresión es su mayor aliado? A grandes rasgos, cuando sus instituciones no son responsables con la sociedad, sucede lo que ya mencionamos: la simpatía de las personas se opaca. Pero la libertad de expresión no se limita a cuando la democracia falla, sino que la calidad se empobrece, obteniendo como resultado información asimétrica. Así, mientras en los demás sistemas, cuando las personas se sienten inconformes y no pueden expresarse ni hacer nada por cambiar su situación se sublevan, llevando a períodos de anarquía, cuyos costos para la misma sociedad son altísimos,
la democracia a través de la libertad de expresión se blinda de la anarquía, y precisamente por esa razón pocas veces ha sido desplazada de forma radical por otro sistema.
Nicolás Barone
Estudiante de octavo semestre de Economía de la Universidad Externado de Colombia.
Ilustraciones: Dune

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