domingo, 21 de diciembre de 2014

COMUNICACIÓN POSITIVA EN LA FAMILIA

FAMILIA

La familia no es solamente un grupo de personas que conviven y comparten vínculos de sangre y apellidos. Es también algo más que una organización de individuos que coopera entre sí. La familia debe ser entendida como una comunidad, como un grupo donde las relaciones entre miembros tienen un profundo carácter afectivo y son las que marcan la diferencia respecto de otro tipo de grupos. Bajo esta perspectiva, las reacciones emocionales en el contexto familiar son una fuente constante de retroalimentación de las conductas esperadas entre los miembros de la unidad familiar (Martínez 2003).

En este sentido, estas comunidades son elementos de integración (Espinoza y Balcázar, 2002) que pueden crear espacios que permiten a los sujetos el desarrollo de una relación de pertenencia e identificación. Esta pertenencia no es casual ni temporal, es esencial, porque define al sujeto ante sí y ante la sociedad en un posicionamiento concreto en ambos casos.  También son organizaciones en las que los miembros deben compartir unas metas, unos objetivos comunes que, en la medida en que son “comunes” dan unidad al grupo y permiten el reparto de funciones y responsabilidades. 

Por todo lo dicho las comunidades familiares son espacios de implicación personal donde cada uno es necesario singularmente y, por lo tanto, no reemplazable en igualdad de términos. La familia es la construcción que resulta de la unión de los elementos personales que conforma esa comunidad.

Por último pero no menos importante, hay que decir que la familia posee una cultura común a todos sus miembros que es la que otorga sentido a todo lo que se hace en el grupo. No nos referimos aquí con el término cultura a aquellos conocimientos propios de campos específicos del saber; nos referimos a la cultura de una organización (Schein, 1998) que, tal y como hemos definido a la familia, aquí se corresponde con toda esa serie de valores, normas, pautas, principios… que dentro del seno familiar dictan la conducta y que unen a sus miembros bajo una esfera de interpretación de la realidad que hace que externalicen prácticas similares. Esta cultura en su aspecto más común comparte una zona con la sociedad a la que pertenecemos (Casas Aznar, 2007), pero también posee un carácter propio que se construye dentro del propio núcleo familiar. 

LA PRÁCTICA DE LA COMUNICACIÓN DIALÓGICA 

Debemos construir desde la comunicación, desde el diálogo, una buena práctica y así procurar las condiciones más favorables para que se produzca la transmisión efectiva de valores. Estos actuarán como elemento de cohesión creando cultura de grupo y espacios comunes de pertenencia. Autores como Fernández Millán y BuelaCasal (2002) han  elaborado resúmenes de principios básicos que deben tenerse en cuenta en un buen proceso de comunicación dialógica. Nosotros proponemos las siguientes pautas de actuación: 

-Distribución de tareas, responsabilidades y 
normas que previamente han sido 
comunicadas, analizadas y comprendidas en 
la medida de su importancia y de las 
posibilidades y aptitudes de los individuos 
implicados. 

- Petición y valoración de opiniones de forma 
que podamos realizar una toma conjunta de 
decisiones utilizando el diálogo. 

- Desarrollo de las habilidades asertivas. Esto 
es la habilidad para decir cómo se es, 
aquello que se considera un derecho propio, 
la manera de pensar sin molestar a los 
demás. Es la forma acertada de pedir lo que necesitamos. 
Esta habilidad también incluye 
el dominio de la expresión en positivo de 
nuestras impresiones sobre las acciones o 
pensamientos de otra persona y, además, 
abarca la coherencia del discurso. 

- Cuidar algo más que las palabras. Atender 
al gesto, a la postura, a todos esos elementos 
del lenguaje no verbal que, algunas veces, lo 
contradicen y generan situaciones de 
ambigüedad en la comprensión del mensaje. 
En esta misma línea se entiende el uso 
adecuado de los espacios y los tiempos de 
comunicación. Hay que saber elegir los 
momentos y las situaciones. El tiempo y el 
espacio son elementos que pueden ayudar o 
entorpecer la comunicación dependiendo de 
la pericia que demostremos en su utilización. 

- Atender a la coherencia entre “teoría y 
práctica”. El ejemplo no debe contradecir el 
mensaje del discurso. Debemos actuar con 
la lógica que se desprende de lo que 
decimos, de lo contrario, lo único que 
estamos transmitiendo es que nuestras 
palabras no tienen valor. 

- Empatizar, ponerse en el lugar del otro, 
intentar comprender realmente lo que el otro 
pretende explicar. Intentar compartir 
emociones. Colocarse en el lugar del otro 
implica escuchar con atención, no en         
función de lo que se quiere contestar. Se 
trata de hacer realmente eficaz el diálogo. 
Esta escucha activa también facilita nuestra 
capacidad de atención para prestar ayuda y 
apoyo emocional. 

- El diálogo permite a la persona expresarse 
con autenticidad por ello se incluyen 
aquellos aspectos que tienen que ver con el 
reconocimiento de los errores. Esto significa 
que hemos de pedir disculpas o reconocer 
ese error de forma adecuada. Esta misma 
autenticidad también lleva a elogiar 
expresamente el esfuerzo del otro. Y, por 
encima de todo, significa expresar y 
compartir sentimientos.  


Julia María Crespo Comesaña 
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